Breve introducción al comunismo libertario (Anarchist Federation UK)

Breve introducción al comunismo libertario.

Primera edición, 2015

Introducción

La Federación Anarquista es una organización de anarquistas revolucionarios de lucha de clases. Aspiramos a la abolición de toda jerarquía y trabajamos por la creación de una sociedad mundial sin clases: el comunismo anarquista.

Este panfleto dará una breve introducción a lo que todo esto significa y cómo creemos que podemos hacerlo.

Glosario

En este folleto se utilizarán los siguientes términos:

Anarquismo

Sistema económico y político basado en la eliminación de las estructuras opresivas y explotadoras de la sociedad (como el capitalismo y el Estado), y en la construcción de una sociedad en la que todo el mundo tenga la misma participación en las decisiones que afectan a su vida.

Capitalismo

Sistema económico y político basado en la explotación de las personas obligadas a vender su mano de obra, en el que el comercio y la industria de un país son controlados por propietarios privados para obtener beneficios.

Clase

Conjunto de personas a las que se les atribuye un título compartido basado en algo que tienen en común. Los anarquistas suelen hablar de clase en términos de relación económica, que este folleto examinará.

Comunismo

Sistema económico y político basado en la propiedad común de los medios de producción (como las fábricas, los campos y los talleres), en el que los bienes se ponen a disposición en función de las necesidades y garantizando el bienestar de todos.

Concesión

Algo que se da en respuesta a una demanda, acción o norma imperante.

Economía

Sistema utilizado para determinar cómo se producen los bienes y recursos y cómo se asignan a las personas. La economía actual es capitalista, pero son posibles otras formas de economía.

Mercado libre

Forma de capitalismo propuesta en la que las empresas pueden actuar como quieran sin ninguna restricción legal. A menudo se propone junto con la eliminación total del Estado, como si ambos estuvieran completamente separados, aunque el Estado es necesario para que el capitalismo sea posible.

Jerarquía

La naturaleza de la jerarquía. Sistema en el que los miembros de una organización o sociedad se clasifican según su estatus o autoridad relativa.

Infraestructura

Las estructuras físicas y organizativas básicas necesarias para que un proyecto funcione (incluyendo cualquier cosa, desde una pequeña actividad de equipo hasta la gestión de un país o el capitalismo global).

Institucional

De, relativo a, o característico de una institución. Por ejemplo: Racismo institucional.

Intersecciones

Los puntos en los que confluyen diferentes cosas. A menudo se utiliza en el texto anarquista para hablar de la interacción entre múltiples sistemas de opresión, discriminación y/o privilegio.

Izquierda

Se utiliza para referirse a las organizaciones de izquierda autoritarias o jerárquicas (como los sindicatos y los partidos políticos), o a sus miembros.

Medios de producción

La infraestructura no humana necesaria para la producción de artículos, como campos, fábricas y talleres (y sus herramientas asociadas). Hay que tener en cuenta que los talleres pueden incluir lugares tan diversos como cocinas, oficinas y laboratorios, por nombrar sólo algunos ejemplos.

Opresión

El estado de estar sujeto a un trato opresivo. El ejercicio de la autoridad o el poder de manera perjudicial o injusta.

Pragmatismo

Una forma de hacer las cosas o de pensar en los problemas que se considera razonable y lógica por tratarse de resultados prácticos.

Revolución social

Revolución emprendida por la mayoría de la clase trabajadora que elimina todas las divisiones de clase. No debe confundirse con una revolución política, en la que las personas que están en la cima pueden cambiar, pero la estructura de clases sigue en pie.

Solidaridad

El acto de emprender una actividad de apoyo hacia otras personas que no conlleva la expectativa de una recompensa, sino que proviene de un sentido de ayuda mutua o interés común.

Okupa

Ocupar un terreno o un edificio abandonado o desocupado y ponerlo en uso sin el permiso de los propietarios.

Estado

Las instituciones reunidas que crean y hacen cumplir las leyes creadas por una pequeña minoría de personas dentro de un territorio determinado. A través de las leyes, el Estado afirma que sólo él tiene derecho a conceder el uso de la violencia. El estado utiliza la ley para justificar y proteger una economía capitalista.

Huelga

Adopción de medidas directas contra un patrón, normalmente en forma de piquete que impida toda actividad en un lugar de trabajo.

Contra qué luchamos: El capitalismo y la jerarquía

El capitalismo, en esencia, es un sistema de explotación. Es un sistema de clases en el que una mayoría, la clase trabajadora, es explotada por una minoría, la clase dominante.

La clase dominante posee y controla los lugares donde trabajamos y vivimos, la tierra que produce nuestros alimentos y todo lo que hace posible la vida. Ellos toman las decisiones sobre qué tipo de productos hacen las fábricas o qué tipo de servicios se prestan, y toman las decisiones sobre cómo se organiza este trabajo. Los demás, la clase trabajadora, debemos trabajar en los campos y en las fábricas, en los locutorios y en los bloques de oficinas, o bien salir adelante con subsidios o reunir lo necesario para sobrevivir.

Nosotros, la clase trabajadora, construimos y proporcionamos todo lo que la sociedad necesita para funcionar. Ellos, la clase dirigente, chupan los beneficios de nuestro trabajo. Nosotros somos el cuerpo de la sociedad; ellos son parásitos que nos chupan.

De esto se deduce que no utilizamos la idea de clase de la misma manera que muchos otros, especialmente en la prensa. La clase no tiene que ver con el hecho de que unos ganen más dinero que otros o con que vayamos a diferentes tipos de escuelas. Esta confusión sobre la idea de clase forma parte de un conjunto más amplio de tácticas que la clase dominante utiliza para intentar ocultarnos la realidad de la clase.

El capitalismo necesita a los trabajadores de una manera que los trabajadores simplemente no necesitan al capitalismo. Si nos uniéramos en torno a los intereses comunes de la clase obrera, podríamos acabar con la clase dominante y dirigir la sociedad por nosotros mismos. Nosotros no los necesitamos, pero ellos nos necesitan a nosotros. Por ello, la clase dominante se esfuerza por dividirnos unos contra otros. Lo hace tratando de controlar las ideas y la forma en que pensamos sobre nosotros mismos, y también creando pequeñas diferencias de poder y riqueza que nos enfrenten unos a otros.

Una de las principales herramientas para crear estas divisiones es el Estado. El Estado está formado por todas las instituciones que regulan y controlan la vida de los “ciudadanos” -es decir, tú y yo- en beneficio del capitalismo. Cuando el llamado mercado libre no puede conseguir algo que el capital necesita para crecer, el Estado interviene y lo hace realidad. Desde la construcción de la infraestructura legal y física que el capitalismo necesita, hasta el ataque directo a los trabajadores que buscan mejorar su posición, el Estado es una herramienta esencial de la clase capitalista.

Lo más importante es que el Estado mantiene organizaciones para controlar y coaccionarnos directamente. El ejército y la policía son los que más obviamente utilizan la fuerza directa para mantener a la gente a raya, con la policía rompiendo huelgas y cabezas en casa y el ejército imponiendo el capitalismo en el extranjero. Las escuelas, aunque prestan un importante servicio, también adoctrinan a los niños y los preparan para una vida como trabajadores y no como seres humanos. Las cárceles, las autoridades de inmigración, las oficinas del paro, etc., se inmiscuyen en nuestras vidas y moldean nuestras acciones. De algunas de estas cosas, como las escuelas, los hospitales y las prestaciones sociales, a veces dependemos para vivir. A menudo es esta misma dependencia la que actúa para controlarnos. Las prestaciones vienen con condiciones que dictan lo que podemos y no podemos hacer.

Algunos izquierdistas argumentan que si el Estado estuviera bajo el control de un grupo que representara a la clase trabajadora, normalmente un partido revolucionario de algún tipo, entonces se comportaría de forma diferente. Esto ignora el hecho de que el Estado está diseñado para gobernar desde arriba: es, por su propia naturaleza, jerárquico. Esto significa que siempre concentra el poder en manos de una minoría. Un pequeño número de personas da órdenes y un gran número obedece. El Estado es siempre jerárquico y, en consecuencia, acabará fomentando, más que destruyendo, todas las demás jerarquías de la sociedad.

El poder de la clase dominante proviene de su control de los medios de producción, pero mantiene ese control manipulando toda una serie de sistemas diferentes de opresión y explotación, diferentes jerarquías. Estos sistemas dan a grandes sectores de la clase trabajadora un poco de privilegio. Esto es suficiente para ponerlos en contra de aquellos con los que deberían unirse, lo suficiente para que defiendan a la clase dominante contra los oprimidos por género, color de piel, discapacidad, y así sucesivamente.

Para superar esto necesitamos un movimiento revolucionario formado por muchas organizaciones diferentes. Necesitamos muchas formas diferentes de tomar el control de nuestras propias vidas y luchar contra las diferentes opresiones que nos empujan hacia abajo. Necesitamos transformar completamente la sociedad y a nosotros mismos. En la Federación Anarquista creemos que las ideas del comunismo anarquista ofrecen la mejor oportunidad para hacerlo.

Comunismo Libertario

El anarquismo es un conjunto de ideas revolucionarias que son, en el fondo, muy simples. Los anarquistas creen que todos somos muy capaces de cuidar de nosotros mismos. Ningún líder puede saber lo que necesitas mejor que tú. Ningún gobierno puede representar los intereses de una comunidad mejor que la propia comunidad. Creemos que todo el mundo debe tener la opción de participar en las decisiones que le afectan, dondequiera que se produzcan. Sólo así podremos tener una sociedad justa y equitativa en la que todos tengan la posibilidad de realizarse. Todo en el pensamiento anarquista se deriva de este principio básico.

Para los anarquistas, recuperar el control de nuestras propias vidas es la revolución. Consideramos que hay dos formas de trabajar que son clave para poder hacerlo: la acción directa y la auto-organización. La acción directa es cuando los afectados directamente por algo toman medidas para solucionarlo ellos mismos, en lugar de pedir a otro que lo haga por ellos. Una huelga que obligue a la dirección a hacer concesiones o a enfrentarse a la pérdida de dinero es una acción directa, mientras que presionar a un diputado o pasar por las negociaciones sindicales no lo es. Ocupar un terreno abandonado y convertirlo en un jardín comunitario es acción directa, mientras que presionar al ayuntamiento para que limpie los solares vacíos no lo es. Cuando actuamos por nosotros mismos para conseguir algo que necesitamos, estamos realizando una acción directa, ya sea compartiendo comida con otros o luchando contra la policía en un motín.

Para que la acción directa sea posible, también es necesario que haya auto-organización. Se trata de organizarse sin líderes ni falsos “representantes”, y nos permite recuperar el poder de tomar nuestras propias decisiones. La auto-organización nos permite romper y superar las jerarquías que nos separan. En los grupos auto-organizados todo el mundo tiene la misma voz y nadie tiene derecho a representar a nadie. Este tipo de grupo es capaz de decidir sus propias necesidades y de emprender acciones directas para satisfacerlas de una manera que no puede hacer ningún grupo jerárquico basado en representantes, como un partido político o un sindicato.

Por eso rechazamos el uso del Estado -es decir, el gobierno, el parlamento, los tribunales, la policía, etc.- para llevar a cabo la revolución. Nadie puede liberar a nadie más. Todos tenemos que liberarnos actuando juntos. Ningún gobierno, ni siquiera un gobierno “socialista” o “revolucionario”, puede hacerlo. Cualquier grupo o partido que asuma el control del Estado simplemente se convierte en un nuevo conjunto de líderes, explotándonos en nombre del “socialismo” en lugar del “capitalismo”. Esto es lo que ocurrió en la llamada Rusia “comunista”. Sólo destruyendo el Estado, no asumiéndolo, podemos liberarnos.

Para los anarquistas, la acción directa y la auto-organización son herramientas esenciales para liberarnos. Son la forma en que nosotros, como clase trabajadora, podemos enfrentarnos a los problemas de nuestras propias vidas colectivamente, trabajando juntos contra todo el sistema del capitalismo y las formas en que trata de dividirnos.

Estas ideas no han sido arrancadas de la nada. El comunismo anarquista es una tradición viva de la clase trabajadora que ha funcionado en formas grandes y pequeñas a lo largo de la historia del capitalismo. No surge de las ideas abstractas de unos pocos intelectuales, sino de las acciones concretas de millones de personas.

Para muchos, la palabra comunismo se asocia únicamente con la brutalidad de la Rusia soviética, o con Cuba, China y Corea del Norte. Estas sociedades se encuentran entre las peores tiranías que el mundo ha visto, matando a millones de personas a través del hambre, la guerra y la ejecución. Como anarquistas no olvidamos los campos de prisioneros, el trabajo esclavo, o los juicios y ejecuciones injustas – de hecho los anarquistas fueron a menudo los primeros en sufrir estos ataques.

Sin embargo, a diferencia de la prensa que utiliza el ejemplo de los gobiernos “comunistas” para afirmar que el cambio revolucionario es imposible, los anarquistas también se niegan a olvidar el ejemplo de los millones de personas que han luchado contra esto en nombre del verdadero comunismo. Estas personas se organizaron, sin líderes, en grupos que utilizaban la democracia directa, lo que significa que todos tenían la misma voz en la gestión de las cosas. Utilizaron la acción directa, primero contra el Estado y el capitalismo, y después contra los nuevos gobernantes soviéticos.

El verdadero comunismo por el que lucharon es la extensión de estas formas de trabajo a todos los aspectos de la vida. El lema comunista “de cada uno según su capacidad, a cada uno según su necesidad” resume la idea. A nadie le debe faltar nada de lo que necesita. Los individuos reciben bienes y servicios por lo mucho que los necesitan, no por lo mucho que pueden pagar o lo mucho que se lo merecen. La gente devuelve a la sociedad, a través del trabajo que realiza, según lo que quiera y pueda hacer. Todo el mundo tendrá la oportunidad de hacer un trabajo interesante y creativo, en lugar de una minoría mientras todos los demás se dedican a un trabajo aburrido.

Esta sociedad se organizaría a través de colectivos y consejos locales, que se organizarían para tomar las decisiones necesarias y hacer el trabajo que hay que hacer. Todo el mundo tiene voz y voto en las decisiones que le conciernen. Creemos que al luchar por este tipo de futuro estamos luchando por la plena libertad e igualdad de todos. Sólo así todos tendrán la oportunidad de ser lo que puedan ser.

Son los muchos ejemplos de personas que se organizan y resisten de esta manera lo que llamamos la tradición comunista. Los consejos obreros de la España revolucionaria, Alemania, Rusia, Hungría, Francia y México son un pequeño ejemplo en el que podemos fijarnos cuando pensamos en cómo podemos luchar contra el capitalismo y liberarnos. Una y otra vez, el mundo ha visto cómo la gente corriente utiliza la acción directa, la auto-organización y la democracia directa para construir nuevas sociedades y vidas para ellos mismos. Son estas ideas y éxitos los que intentamos aprovechar en la lucha actual contra la explotación.

El comunismo anarquista o comunismo libertario es más que una visión abstracta del futuro y más que una nostalgia por los movimientos revolucionarios del pasado. Es una tradición obrera viva que sienta las bases de la sociedad futura en el aquí y ahora. Todo lo que seremos después del capitalismo debemos aprenderlo bajo él y a través de la lucha contra él. La revolución no es ni puede ser nunca una pizarra en blanco – de ese modo se acumulan los cadáveres por el terror “revolucionario” (como ocurrió en Francia, Rusia y China). Por el contrario, la revolución debe ser construida con los materiales que tenemos a mano los que estamos vivos hoy.

La revolución y los revolucionarios

Los revolucionarios creen que las sociedades en las que vivimos son básicamente injustas e inequitativas. No es sólo una cuestión de esta o aquella injusticia, sino que es toda la forma en que la sociedad funciona la que es injusta e inequitativa. La pobreza, la guerra, el racismo, el sexismo y todos los demás problemas a los que nos enfrentamos no son excepciones a la regla, sino que son la regla. El capitalismo no puede existir sin crear pobreza, sin hacer guerras, sin oprimirnos en base a rasgos arbitrarios.

Creemos que hay que destruir el capitalismo y construir una nueva sociedad, una sociedad comunista anarquista. Esta es la revolución. Tanto la destrucción de lo que existe ahora como la construcción de algo nuevo forman parte de la revolución. Como revolucionarios, trabajamos para fomentar ambas cosas, apoyando la oposición a los que están en el poder y ayudando a los que intentan construir alternativas.

Dado que el capitalismo es básicamente injusto, los revolucionarios no creen en el cambio mediante una reforma gradual. Esto se llama reformismo. Esto no quiere decir que el salario mínimo, la reducción de la jornada laboral o el derecho al aborto a demanda no sean importantes. Estas reformas y muchas otras han mejorado nuestra vida. Los revolucionarios no pretenden decir que la vida no ha mejorado desde la época victoriana, eso sería una tontería. Lo que sí decimos son dos cosas.

En primer lugar, ninguna reforma es permanente. Cualquier reforma puede ser y será deshecha por los políticos y los jefes siempre que tengan la oportunidad. Los ataques a las libertades civiles, a las condiciones de trabajo y a los servicios públicos que vemos una y otra vez deberían bastar para demostrarlo.

En segundo lugar, las reformas sólo son concedidas por los gobiernos cuando tienen miedo de algo peor: un movimiento masivo de la clase trabajadora. Una y otra vez ha sido necesaria la acción de millones de personas organizadas para conseguir incluso las reformas más básicas. La jornada de diez horas, los derechos de las mujeres y los niños, y el estado del bienestar fueron concesiones forzadas por los gobiernos, desafiadas por los movimientos de masas. No hay nada que asuste más a los gobiernos que el hecho de que los ignoremos y hagamos las cosas por nosotros mismos. Los gobiernos harán casi cualquier concesión para evitar que sintamos que podemos actuar por nosotros mismos sin esperar el permiso de su autoridad superior.

Por ello, a menudo se ataca a los revolucionarios como utópicos, como si imaginaran mundos perfectos irreales que nunca podrán ser. “Debes ser práctico”, nos dicen. “Céntrate en obtener resultados aquí y ahora, no en un imaginario país de las nubes en el futuro”. Cuando la gente dice cosas así, cuando nos dicen que seamos “prácticos” o “realistas”, normalmente nos están diciendo que abandonemos nuestros principios. Los sucesivos gobiernos atacan los servicios públicos en nombre del “pragmatismo”, los sindicatos se venden a la patronal porque es “práctico”, los revolucionarios autoritarios mienten a sus miembros y al público porque son “realistas”.

Si esto es lo que significa ser práctico, entonces eso ya sería suficiente para rechazarlo. Pero hay algo más que esto. Ser “práctico” de esta manera, haciendo compromisos y acuerdos con los jefes y los políticos, es una forma segura de asegurarse de que no se obtiene lo que se quiere.

Cualquier acuerdo hecho con el capitalismo está destinado a fracasar, como hemos visto una y otra vez. No se avanza negociando con la patronal. Se avanza aterrorizándolos.

Los comunistas libertarios o anarquistas creen que es mejor luchar por lo que queremos, aunque no lo consigamos de inmediato, que luchar por algo que no queremos y conseguirlo.

Los movimientos de masas que hacen demandas basadas en sus propias necesidades son mucho más temibles para la clase dominante que cualquier número de burócratas llorones que sean “realistas” y pidan amablemente unas pocas sobras de la mesa del jefe.

No queremos las sobras, queremos toda la comida, y la cocina que la preparó, y la casa en la que se sirvió, y los campos en los que se cultivó, y las fábricas que hicieron los platos, queremos el mundo entero y nada menos. Todo lo que la clase dominante tiene, lo tiene porque la clase trabajadora lo hizo y lo robó.

Nos negamos a pedir amablemente lo que ya es nuestro.

Esto no es sólo una cuestión de principios, es práctica. Los que mendigan las migajas no obtienen nada más, y a menudo ni siquiera eso. Si trabajamos para tomar lo que ya es nuestro, la clase dominante se verá obligada a conceder mucho más que las migajas.

 

 

Fines y medios

 

La parte más importante de la tradición de la clase obrera que llamamos comunismo anarquista es el rechazo a hacer una distinción entre fines y medios. Las organizaciones que construyamos mientras luchamos contra el capitalismo serán la base de todo lo que venga después de la revolución.

Si esas organizaciones no encarnan los principios de la sociedad que queremos ver, entonces esa sociedad no llegará. Si queremos un futuro en el que todo el mundo contribuya a las decisiones que le afectan, entonces tenemos que construir ahora organizaciones en las que esto ocurra. La Federación Anarquista es una de esas organizaciones.

Esto se conoce como prefiguración y es una de las ideas centrales del anarquismo. La idea se resume en un importante eslogan: “Construir la nueva sociedad en la cáscara de la vieja”. Esto significa que nuestra lucha no es simplemente contra el capitalismo.

También luchamos, en la medida de lo posible, para vivir como queremos ahora mismo, para construir alternativas al capitalismo delante de sus narices.

Sin embargo, la prefiguración tiene sus límites. Para muchos, la construcción de alternativas al capitalismo en el aquí y ahora significa una de dos cosas: una respuesta de estilo de vida o individualista, o un intento de crear una situación de doble poder.

Aunque la FA a menudo simpatiza con estos enfoques y no los rechaza por completo, no creemos que puedan conducir a la revolución por sí solos.

También tenemos algunas críticas serias a ambos. Pero, ¿cuáles son?

Individualismo

Los calificativos de “lifestylist” e “individualista” se utilizan a menudo, de forma injusta, como insultos, por lo que tenemos que ser muy cuidadosos cuando los utilizamos. Cuando hablamos de política de “estilo de vida” nos referimos a un tipo de política que se centra de alguna manera en “abandonar” el capitalismo, en “salir de la red” y vivir sin depender de la explotación capitalista. Esto puede significar muchas cosas. Puede ser algo a pequeña escala, como vivir en casas ocupadas y sobrevivir robando en los supermercados o cogiendo la comida en perfecto estado que tiran (“saltarse” o “bucear en el contenedor”). O puede ser algo mucho más grande, como un proyecto para cultivar comunitariamente un terreno o establecer una nueva comunidad.

Las razones que tiene la gente para hacer este tipo de cosas son muy buenas. Ven el daño que hace el capitalismo cada día y no quieren formar parte de él. Robando o cogiendo lo que se tira intentan dejar de apoyar a los patrones que nos explotan a nosotros y a otros en todo el mundo. Además, a menudo este tipo de opciones políticas de estilo de vida implican construir y vivir en comunidades basadas en la solidaridad y el respeto mutuo. Muchos de los que participan en este tipo de actividades dirán que esto es “construir la nueva sociedad en la cáscara de la vieja”.

Aunque respetamos a muchos de los que hacen estas elecciones personales de estilo de vida, rechazamos que esto sea una forma útil de acción política. La razón principal es que no es algo en lo que la mayoría de nosotros pueda implicarse fácilmente. Las deudas importantes, las personas a cargo, los problemas de salud o cualquier otra cosa que limite nuestra libertad de acción hacen que sea muy difícil, si no imposible, “abandonar”. No existe la posibilidad de construir un movimiento de masas vitalista. De hecho, a pesar de algunas afirmaciones en contra, el lifestylismo no intenta derrocar o destruir el capitalismo; sólo intenta lavarse las manos de la sangre.

Este es, de hecho, un enorme problema político de las respuestas del estilo de vida al capitalismo. A menudo esta forma de política conduce a una especie de elitismo y esnobismo por parte de los que viven estilos de vida “políticos”. La gente corriente se convierte en “borregos”, a los que sus trabajos y los medios de comunicación les han lavado el cerebro sin remedio y que forman parte del problema tanto como los que poseen y dirigen la economía. En sus formas más extremas, como el primitivismo, esto lleva a pedir abiertamente soluciones que llevarían al exterminio de la mayoría de la raza humana.

Este tipo de actitud no es una consecuencia inevitable del abandono, pero es muy común, y es el resultado de una forma individualista de ver el capitalismo. El capitalismo no nos explota como individuos: nos explota como clases o grupos. Nos explota como trabajadores, como profesionales con algunas prebendas o trabajadores temporales sin ninguna, como “consumidores” en Occidente o como mano de obra desechable en el Sur global. Estamos oprimidos por el racismo institucional, la misoginia, el capacitismo, y de diferentes maneras basadas en combinaciones de diferentes fuerzas opresivas.

Si respondemos al daño que nos hace el capitalismo como individuos, la única respuesta lógica es abstenerse. Vivir sin trabajo, sin comprar, sin depender de los sistemas de explotación que nos rodean. Si esto es imposible, entonces minimizas tu impacto. Consigue un trabajo “ético”, compra productos “éticos” y reduce así su contribución a la explotación. De ahí a despreciar a los que no son tan “iluminados” como tú, que mantienen el capitalismo en marcha al “negarse” a abstenerse, sólo hay un paso.

Sin embargo, si respondes al capitalismo como miembro de una clase explotada más amplia, entonces la respuesta lógica es colectiva. Puedes solidarizarte con los que están en la misma situación que tú, luchando donde estás por mejores condiciones, y por un mayor control sobre las condiciones de tu vida. Una respuesta colectiva de este tipo es siempre de oposición. Siempre tiene que luchar contra el capitalismo en lugar de intentar rodearlo. Es, en potencia, el comienzo de un movimiento de masas y la base de una nueva sociedad basada en el reconocimiento de nuestros intereses comunes.

Al final es esta acción directa colectiva la que teme la clase dominante, no la gente que se retira, y es un movimiento de masas auto-organizado y listo para emprender una acción directa colectiva lo que deberíamos ayudar a construir.

Doble poder

El otro enfoque típico de la política prefigurativa es intentar construir un poder dual. Esto significa tratar de construir organizaciones en el aquí y ahora que eventualmente reemplazarán al capitalismo. Hay varios enfoques diferentes de las estrategias de poder dual.

Algunos se consideran a sí mismos como ejemplos que pueden ser adoptados por otros y tal vez se conviertan en política de Estado. Rara vez son muy polémicos con sus ideas y se consideran más reformistas que revolucionarios (aunque a menudo buscan el fin del capitalismo). Otros esperan construir economías alternativas completas a través de cooperativas, cooperativas de crédito, sistemas de comercio local y similares. Estas estructuras, se argumenta, podrían llegar al punto de que muchas personas vivan de hecho fuera de la economía capitalista. Los integrantes de esta tradición se describen a menudo, aunque no siempre, como mutualistas.

Algunos se centran en la creación de asambleas comunitarias o populares para tomar decisiones a nivel local y, a veces, intentan hacerse con el control de los ayuntamientos y las cámaras de los consejos locales mediante elecciones. Estos grupos se describen a menudo, aunque no siempre, como municipalistas. Otros se centran en la creación de sindicatos revolucionarios que se enfrenten a la dirección en el lugar de trabajo para obtener beneficios inmediatos. También es importante que estén dirigidos por la democracia directa, dando a los trabajadores la experiencia de tomar decisiones y organizarse. Estos sindicatos se consideran capaces de tomar el control de la industria en su totalidad, sustituyendo al capitalismo mientras lo hacen. Esto suele describirse como sindicalismo.

Todos estos enfoques, que a menudo se combinan, se consideran capaces de construir una alternativa política y económica al capitalismo delante de sus narices. Sostienen que estas alternativas son capaces de crecer hasta el punto de que, o bien el capitalismo se marchita, o bien se produce una confrontación entre los dos sistemas que lleva a la revolución y a la destrucción del capitalismo.

Estos planteamientos tienen muchos aspectos positivos. Fomentan la auto-organización y la acción directa, a la vez que proporcionan importantes lecciones sobre el trabajo colectivo y la experiencia de la democracia directa para los participantes. La FA no rechaza de plano ninguno de estos enfoques, y sus miembros se implican a menudo en este tipo de proyectos.

Sin embargo, estos enfoques presentan importantes puntos débiles que limitan su utilidad. Este tipo de proyectos son muy vulnerables a los ataques del Estado. Se pueden aprobar leyes que hagan que la mayoría de las cooperativas sean ilegales o, al menos, muy difíciles de crear. A las asambleas comunitarias se les pueden negar recursos, o incluso ser atacadas directamente por la policía y el ejército. Los que persiguen estrategias de doble poder suelen ser demasiado optimistas sobre su capacidad para evitar la represión. El capitalismo y el Estado tienden a atacar cualquier amenaza más pronto que tarde.

Sin embargo, el mayor problema de las estrategias de doble poder no son los ataques directos del Estado. El mayor problema es el riesgo de cooptación. Esto significa que los movimientos y organizaciones que comienzan tratando de ofrecer una alternativa son a menudo “capturados” por el capitalismo, y terminan ayudando a gestionar la explotación de las personas en lugar de desafiarla.

Por ejemplo, las cooperativas a menudo se convierten en empleadores por derecho propio, y los cooperativistas de pleno derecho se convierten en gerentes y sus nuevos empleados en trabajadores explotados como cualquier otro. Los ayuntamientos se dirigen a los grupos comunitarios, les dan financiación y acceso a cierto poder y acaban administrando las políticas municipales a las que se oponen. Las cooperativas de viviendas se convierten en propietarios. Las cooperativas de crédito se convierten en bancos (las sociedades de crédito hipotecario en el Reino Unido empezaron como planes comunitarios). Los sindicatos pueden reprimir las huelgas salvajes. Aquellos que empiezan tratando de construir alternativas acaban apoyando lo que odian.

Cualquier alternativa potencial al capitalismo en el aquí y ahora tendrá que interactuar con las cosas que está tratando de reemplazar. Una tienda cooperativa tendrá que comprar sus existencias a los proveedores capitalistas. Una asamblea comunitaria tendrá que negociar con el ayuntamiento si quiere conseguir recursos. Incluso los sindicatos, que tienen una forma de trabajar muy conflictiva, se ven obligados a negociar con los directivos.

Esto no significa que debamos rechazar completamente todas estas formas de hacer las cosas. Lo que sí significa, sin embargo, es que ninguna de ellas es un camino hacia la revolución por sí misma. En lugar de ver estas formas de trabajo como una manera de crear sustitutos para el capitalismo, deberíamos verlas como una forma entre otras de crear una cultura de resistencia. Es esta cultura, y no una organización en particular, la que es importante que construyamos.

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Construir una cultura de resistencia

Creemos que los únicos capaces de destruir el capitalismo y de crear un mundo en el que todos tengan el control de su propia vida son los directamente explotados por el capital hoy en día: la clase trabajadora. Como hemos señalado, la clase dominante lo sabe y trabaja muy duro para mantenernos divididos y carentes de las habilidades que necesitamos para realizar este cambio. Esto es algo que hay que superar antes de que la revolución sea posible. Tenemos que “construir la nueva sociedad en la cáscara de la vieja”. Sin embargo, la historia muestra que las organizaciones construidas por la clase trabajadora para nuestro propio beneficio a menudo son cooptadas y se vuelven contra nosotros. Los sindicatos, las cooperativas de crédito, las cooperativas de comerciantes y de fabricantes, todos ellos y otros han sido utilizados para defender el capitalismo en lugar de destruirlo.

Los revolucionarios autoritarios utilizan este problema como excusa para tomar el control. Según ellos, la clase obrera sólo es capaz de tener una “conciencia sindical”, de regatear salarios y prebendas en lugar de derribar el capitalismo y construir algo nuevo. Lo que se necesita, afirman, es su liderazgo. Ellos serán la causa de la revolución, conduciéndonos -a las pobres masas estúpidas- hacia la luz utilizando cualquier medio necesario. La historia nos muestra que esto sólo conduce a nuevas tiranías.

La alternativa es que construyamos una cultura de resistencia, un conjunto de lazos de solidaridad y entendimiento entre muchas personas diferentes en muchos lugares diferentes. Estas nuevas relaciones nos dan la confianza y los recursos que necesitamos para luchar allí donde estemos. Esta cultura se convierte en una masa de yesca capaz de convertir la chispa de una lucha en una llama que puede extenderse.

Esta cultura no es una organización concreta ni un conjunto de principios ni nada parecido. Se compone de muchas organizaciones diferentes y más que esto de ideas, prácticas y actitudes que nos revelan nuestro poder como partes explotadas pero necesarias del sistema capitalista. Esta cultura tiene que ver tanto con la imagen que tenemos de nosotros mismos y la creencia en nosotros mismos como con cualquier conjunto de ideas u organizaciones.

Una cultura de resistencia es, de alguna manera, la suma de todas las cosas que hacemos para sobrevivir y resistir bajo el capitalismo. Son las grandes cosas como las huelgas y los disturbios, las ocupaciones de fábricas y edificios públicos y las grandes organizaciones que luchan por algo en particular. Pero también son importantes las cosas pequeñas. Las pequeñas estafas en el trabajo y los grupos de vecinos que hacen la vida un poco más soportable en casa. Es el odio a la policía y a los jefes y el orgullo por lo que eres y por la comunidad en la que vives.

Lo que todas estas cosas tienen en común es que crean conexiones entre nosotros. Estas conexiones de confianza y propósito común van en contra de la lógica cotidiana del capitalismo. El capitalismo nos separa unos de otros. Recibimos órdenes en lugar de participar en las decisiones. Cuando compramos algo, sea lo que sea, lo único que sabemos es su precio, no quién lo ha hecho ni por qué. Los medios de comunicación nos dicen que debemos temer a los inmigrantes y a los forasteros que, según ellos, intentan quitarnos lo poco que tenemos. Nos obligan en todo momento a aislarnos del mundo, a ser ciegos a las conexiones que tenemos con los demás.

Una cultura de resistencia restablece esas conexiones, haciendo visible lo que el capitalismo intenta ocultarnos. Cada objeto que utilizamos en nuestras vidas está hecho por otros seres humanos. Cada trozo de comida que comemos, cada trozo de energía que utilizamos, cada vaso de agua que bebemos está ahí porque el trabajo de otros lo hizo posible. El capitalismo esconde esto detrás de los precios y los nombres de las empresas. Se atribuye el mérito de hacer posible la vida ocultando las mismas cosas que nos conectan con todos los demás en el mundo. La cultura de la resistencia nos muestra lo conectados que estamos con otras personas de la clase trabajadora. Hace retroceder los engaños del capitalismo y nos muestra lo poderosos que somos realmente. No se trata de un ideal abstracto, sino que revela la realidad concreta que nos conecta a todos y echa por tierra las abstracciones y mentiras que el capitalismo utiliza para aislarnos.

Una cultura de resistencia crece en el vientre del capitalismo y utiliza las conexiones entre los trabajadores que el capitalismo crea en algunos casos para construir los inicios de una alternativa. Una cultura de resistencia construye estructuras e ideas de cooperación y solidaridad que prefiguran el mundo que viene. Una cultura de resistencia es la escuela en la que aprendemos a ser libres, a convertirnos a través de la lucha contra el capitalismo en todo lo que seremos después de él.

Es imposible saber de antemano qué formas adoptará esta cultura de la resistencia. Las necesidades y la imaginación de los implicados dictarán lo que ocurra y cómo. Sin embargo, es posible trazar el esquema más amplio de cómo podemos organizarnos y luchar. Podemos observar lo que ha funcionado en el pasado y lo que otros están haciendo ahora, y señalar cómo la acción directa y la auto-organización pueden aplicarse a una serie de ámbitos de la vida cotidiana.

Luchas en los puestos de trabajo.

En el trabajo, el enfrentamiento entre trabajadores y jefes es más evidente. Los trabajadores quieren trabajar lo menos posible por la mayor cantidad de dinero que puedan conseguir, mientras que los jefes quieren la mayor cantidad de trabajo por el menor salario posible. Esta es la naturaleza del capitalismo. La cantidad de esfuerzos que hace la dirección para controlar a la gente en el trabajo apunta al hecho de que en el trabajo somos increíblemente poderosos. Cuando trabajamos creamos los beneficios que la clase dominante necesita para existir.

Cuando interrumpimos el buen funcionamiento de un lugar de trabajo mediante una huelga o un sabotaje, interrumpimos directamente la capacidad de la clase dominante de obtener los beneficios de los que depende. Por esta razón, la resistencia en los puntos de trabajo siempre tiene un potencial revolucionario, aunque sea a pequeña escala. Cuando nos negamos a obtener beneficios para nuestros jefes, amenazamos su propia existencia.

Lucha por el subsidio o salario social

Cuando hablamos de salario social nos referimos a todas las diferentes formas en las que podemos recibir servicios del Estado y de la clase dominante que son (de hecho) parte de nuestra participación en los beneficios de la industria.

La sanidad, la vivienda social y subvencionada, el transporte y los servicios públicos como el agua y la electricidad, las bibliotecas y los servicios sociales, las prestaciones y muchas otras cosas pueden considerarse parte del salario social.

Al igual que los aumentos salariales y la reducción de la jornada laboral, estos servicios suelen ser el resultado de anteriores rondas de lucha, de victorias obtenidas por la clase trabajadora en el pasado.

Las luchas por el salario social adoptan muchas formas, pero suelen consistir en una confrontación bastante directa entre algún brazo del Estado -el ayuntamiento, por ejemplo- y un grupo relativamente claro de personas que dependen de un servicio concreto. Hay muchas tácticas diferentes a disposición de los que luchamos en este tipo de luchas.

A menudo se recurre a las peticiones y a los llamamientos a los representantes, que la mayoría de las veces fracasan, pero también hay formas de acción directa que podemos utilizar. Ocupaciones de edificios y servicios amenazados, protestas masivas fuera (y dentro) de los edificios gubernamentales, bloqueos e interrupciones del funcionamiento normal de los servicios, disturbios callejeros y desórdenes.

Las luchas por los salarios sociales suelen ser las más imaginativas de todas las luchas en cuanto a las tácticas que utilizan, ya que suele ser mucho más difícil perjudicar los beneficios de los que mandan. Para ello, a menudo hay que cuestionar la legitimidad de las propias instituciones de gobierno. En los momentos de mayor lucha -por ejemplo, durante las huelgas generales de larga duración- este cuestionamiento puede conducir a una masa crítica de personas dispuestas a asumir la gestión de sus propias comunidades, proporcionando por sí mismas los servicios de los que dependen.

Si este cambio de la relación social puede sobrevivir a los intentos de supresión y cooptación, puede convertirse en una característica clave de la revolución social.

Luchas contra la represión

También se denominan luchas identitarias, aunque la palabra identidad no es adecuada para describir el tipo de luchas de las que estamos hablando. Las formas liberales (e incluso las más radicales) de hablar de las luchas de los oprimidos por razones de género o sexualidad, la lucha contra la supremacía blanca, o similares, no reconocen la relación entre estos tipos de lucha y la lucha de la clase obrera.

A veces se ven como distracciones y otras veces como “separados pero iguales”, pero rara vez se ven como parte integral de la lucha contra el capitalismo en su conjunto. Para los comunistas anarquistas el capitalismo es más que un sistema de clases, es un sistema que utiliza toda una serie de jerarquías para mantener el poder de una minoría. La resistencia a todas estas jerarquías debe considerarse como una resistencia al capitalismo.

Esto no significa, sin embargo, que las personas que luchan contra el patriarcado, la supremacía blanca, etc., no necesiten organizaciones separadas. El hecho de que las luchas de, por ejemplo, las mujeres sean importantes en la lucha contra el capitalismo, no significa que esas luchas puedan simplemente integrarse en una lucha “más amplia” contra el capitalismo.

Por eso es necesario que quienes experimentamos ciertas formas de opresión formemos nuestras propias comunidades, no sólo para organizarnos juntos sino también para hablar juntos sin tener que justificar lo que decimos ante personas que no tienen las mismas luchas.

Estos grupos proporcionan un espacio en el que podemos entender lo que es único de nuestras propias opresiones y en el que podemos liberarnos de los prejuicios -conscientes o inconscientes- de quienes no comparten las mismas experiencias.

Estos grupos pueden ser la base de las comunidades de resistencia, en las que un entendimiento compartido se convierte en un conjunto de tácticas y acciones compartidas para enfrentarse tanto al Estado como a los prejuicios y la violencia cotidianos que pueden convertir la vida en un infierno para quienes nos consideran fuera de la norma.

El papel de la organización revolucionaria

Si la gente es capaz de dirigir sus propias luchas y de luchar por sí misma para satisfacer sus propias necesidades, ¿qué sentido tiene una organización como la Federación Anarquista?

Somos una organización de revolucionarios conscientes que nos vemos a nosotros mismos trabajando hacia una revolución anarquista pero, como hemos dejado claro en este panfleto, no creemos que ninguna revolución se deba a nosotros. Será la actividad propia de millones de personas de la clase trabajadora la que haga la revolución, no el trabajo de un puñado de nosotros con algunas ideas bonitas. No somos un partido revolucionario que sacará a la clase obrera de su “conciencia sindical”, del reformismo y de la revolución. No somos el embrión de un consejo obrero o de un sindicato revolucionario que crecerá y crecerá hasta que finalmente tomemos el control. No dirigimos a nadie, no actuamos en nombre de nadie más que de nosotros mismos.

Sin embargo, hay algunas cosas que las organizaciones revolucionarias pueden hacer y que serían mucho menos probables sin ellas. El comunismo anarquista es una tradición viva de la clase obrera, pero hay momentos en los que esa vida pende de un hilo muy fino. En períodos de derrota y división, cuando la clase obrera tiene pocas organizaciones propias y hay muy poca lucha, algo tiene que mantener vivas las lecciones aprendidas. La organización revolucionaria es un importante almacén de conocimientos y habilidades. Es una especie de memoria que mantiene viva una visión de la clase obrera unida y desafiante, incluso cuando la clase ha recibido tantas patadas en la cabeza que empieza a olvidar su propio nombre, por no hablar de su pasado.

Los miembros de una organización revolucionaria son también militantes por derecho propio y se implican intensamente en las luchas donde viven y trabajan. Las ideas del comunismo anarquista se difunden no sólo a través de las palabras de nuestras organizaciones, sino también a través de las cosas que hacemos. En todo lo que participamos, impulsamos la acción directa y la auto-organización y nos resistimos a la absorción y cooptación por parte de grupos autoritarios.

Nuestra pertenencia a una organización más amplia de revolucionarios nos da acceso a las experiencias de nuestros compañeros y nos permite discutir y debatir las cuestiones y las tácticas de cualquier lucha concreta sin tener que preocuparnos por lo básico. El alto nivel de acuerdo político dentro de una organización revolucionaria nos permite preocuparnos por los detalles cruciales en lugar de tener que exponer los mismos argumentos fundacionales una y otra vez.

Es de estas dos maneras principales – preservando y difundiendo la memoria y las lecciones de las luchas anteriores, y apoyando a los militantes comprometidos, pero potencialmente aislados en las luchas diarias – que una organización revolucionaria contribuye a una cultura de resistencia. Las ideas del comunismo anarquista funcionan. Cuando las utilizamos para luchar, nuestras posibilidades de ganar aumentan porque estas ideas nos dan poder y nos muestran nuestra propia fuerza en lugar de decirnos que dependamos de un conjunto de líderes o representantes. La organización revolucionaria es una forma importante de difundir esas ideas, de ponerlas en práctica y de utilizarlas para construir una cultura de resistencia.

Nota final

El comunismo libertario, es decir, el anarquismo, es una tradición de la clase obrera viva, que crece a partir de las acciones y experiencias de millones de personas en la lucha contra el capitalismo.

La única lección que aprendemos una y otra vez es que, estemos donde estemos y nos pase lo que nos pase, lucharemos.

A veces ganamos, más a menudo no, pero siempre que avanzamos los principios de la acción directa y la auto-organización suelen estar en el centro.

Nuestras derrotas nunca son totales: siempre queda algo para avanzar y seguir luchando.

Nuestra victoria nunca será definitiva: los seres humanos siempre buscarán cambiar y experimentar, desarrollar nuevas experiencias y nuevas ideas.

Creemos que mientras sigan existiendo el capitalismo, el patriarcado, la supremacía blanca y todo lo demás, siempre habrá quien resista.

Creemos que tenemos la mejor oportunidad de ganar cuando nos organizamos utilizando los principios comunistas anarquistas.

Mientras esa resistencia continúe, la Federación Anarquista y los muchos grupos como nosotros en todo el mundo, haremos lo que podamos para poner en práctica estas ideas cuando las necesitemos.

Dondequiera que el pueblo sea explotado, siempre lucharemos, y como comunistas libertarios siempre estaremos ahí para apoyar esto lo mejor que podamos.

Federación Anarquista – Anarchist Federation

 

 

Más información

 

El papel de la organización revolucionaria

Federación Anarquista, tercera edición revisada, 2015

http://afed.org.uk/

 

Guía de introducción a la LibCom

Colectivo LibCom.org, 2006-2014

https://libcom.org/library/libcom-introductory-guide

 

La anarquía funciona

Peter Gelderloos, 2010

http://theanarchistlibrary.org/library/peter-gelderloos-anarchy-works

 

¿Qué es el anarquismo?

Alexander Berkman, 1929

https://libcom.org/library/what-is-anarchism-alexander-berkman

 

En el café

Errico Malatesta, 1897-1920

https://libcom.org/library/cafe-errico-malatesta

 

Traducción: Grupo Anarquista Aurora (Iberia)

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